31. "Berlín"

Berlín eriza. Se te clava. Te descoloca la vida.
Te inunda de mares las pestañas. (Mares que son estalactitas de hielo las mañanas de invierno, tú lo sabes mejor que nadie.)


Berlín te roba un pedazo de sueño en cada disparo de un fotomatón. Y son cuatro.

    Uno.Dos.Tres.Cuatro.

Es algo que no debería soportar cualquiera. Algo a lo que por ejemplo, yo, no debería haberme expuesto jamás.

Berlín es blanco en Invierno. Verde en Verano. Amarillo en Otoño. La Primavera píntala de suspiros si decides que te vas.

Enamorarse de Berlín y de ti es parecido por eso. Suspiros. (Y cucuruchos de limón. Y tejados abandonados.)


El día que te conocí llevabas una bufanda hasta las orejas y la boca y las uñas rojas. El día que supe que te quería, bebíamos cerveza. El día que comprendí que jamás me separaría de ti, comprábamos fotos de gente que no conocíamos en un mercadillo de segunda mano.


Dibujarte mejillones en el pelo, es algo que sólo se puede hacer contigo. Por eso me da miedo que te vayas.
Claro, que siempre puedo cuidar de tu elefante a cambio de unas fotos de bañistas. Y hacer el espectáculo de mujer-bala, sólo para salir proyectada hasta tu lado si me dices que no te olvidaras de mi cuando hagas los ejercicios de contorsionismo.

Si te vas para quedarte, prométeme que no vas a quedarte para siempre.


“Si tuvieras la suerte de conocerla no querrías separarte de ella jamás...” 
y ahora, dices que te vas y yo, me voy a quedar llorando como el día que dejaste Berlín y nos despedimos de la ciudad en La Montaña del Diablo comiendo ositos de goma. ¿Te acuerdas?
La verdad, prefería tenerte en Groenlandia...